martes, 6 de septiembre de 2011

El tiempo debería ayudar.

Hola, reloj, ¿sigues avanzando? Bien. Yo sigo extrañándole.


Aparentemente, ni el reloj puede dejar de avanzar, ni yo le puedo dejar de extrañar. Parecen ser cosas inevitables, cosas que simplemente debemos dejar que sigan su rumbo, sin saber exactamente el momento en el que dejen de suceder. Aparentemente está involucrado el destino. Siempre el maldito destino.

¿Qué hago, si le dejé ir? ¿Qué hago, si no puedo volver?


Nada. Solo quedarme con la carencia de recuerdos, y de momentos también. Quedarme con esa sonrisa que provocó que mi alma se erizara, con esa voz que no me deja nada más que su ausencia. Sí, con eso me quedo. De saber que iba a huír, en el momento en el que más tenía que quedarme, no me habría acercado. De saber que su corazón iba a quedar más destruido que los sueños inalcanzables, no lo habría tomado.

Qué egoístas somos a veces, al pensar nada más en nuestra luz al final del túnel, sin darnos cuenta que no es necesario llegar al final del túnel, para encontrar nuestra luz; esa luz que en la mayoría de las ocasiones, descansa en una persona, en su pecho, para ser más exactos. Y dejamos a esa persona atrás, y le apagamos esa luz,apagamos su pecho. Qué egoístas.

Y cuando nos marchamos sin pensarlo bien, nos mostramos débiles ante el arrepentimiento, ante las ganas de volver, ante querer pegar ese corazón que rompimos, a volver a encender esa luz que apagamos. Y nuevamente caemos en el egoísmo, regresar cuando ya no es necesario, y solo con mostrar nuestra cara, despertar las memorias que ya se habían escondido, abrimos las heridas que ya estaban sanando, derrumbamos la reconstrucción del corazón.

Perdón, reloj, sigue tu marcha. Dile a tus manecillas que avancen más rápido; y yo le diré a mi corazón que le olvide tan rápido como avances.

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