viernes, 18 de noviembre de 2011

Estoy buscando un corazón que no se siga rompiendo con los años.

Aunque las heridas ya no sangran, siguen abiertas.

Un día me dije que tenía que dejar de extrañarte, de verte en todos lados, en todas las caras, pero aún no me he enseñado a hacerlo. Un día me dije que tenía que aprender a usar mis pies sin usar tus manos para poder caminar, que tenía que dejar de llorar, por dentro y por fuera; no he aprendido.

Han pasado varios años desde que dejaste de caminar a mi lado, y cada año que pasa, es un pedazo más que se desprende de mi corazón. Cada pedazo que cae, se lleva consigo sonrisas perdidas, recuerdos escondidos, consejos ausentes, abrazos rotos, conversaciones ahogadas; se lleva un pedazo de mí. A lo mejor mi error fue creer que siempre estarías conmigo, creer que toda historia tiene un final feliz, creer en la eternidad tomado de tu mano.

Tal vez debería arrancarme el pecho, y quemar ese vacío que dejaste en él, que te llora más que yo. O tal vez simplemente debería dejar de luchar contra mi naturaleza, y dejar de luchar contra tu recuerdo que se ve cada vez más lejano, más ausente y más frío. Tal vez debería dejar de mirar tu foto para no agrandar más las grietas que se hacen entre mi carne que tanto extraña tus cálidos brazos. 

No sé si te escribo hasta ahorita porque te reviví en recuerdo, o simplemente porque no soy lo suficientemente fuerte para darme cuenta que ya no estás aquí, y me aferro a esa torpe idea de que vas a regresar. Y sé que no lo harás, sé que no vas a regresar, que soy yo el que tiene que volver a tí. Yo soy el que aún tiene camino por recorrer, distancias que acortar, pero siempre sin tí.

Me falta coraje para acostumbrarme a no verte, me faltan pies para correr más rápido y huír de tu ausencia. También me faltan sueños en los que pueda abrazarte, y recuerdos en los que no se vaya borrando tu imagen.


No sé qué tan lejos estés, no sé siquiera si sigues aquí; sólo sé que estás haciendo muy larga la espera para encontrarnos otra vez.

domingo, 6 de noviembre de 2011

El camino lo llevo en los pies.

A lo mejor no todos tenemos con quién caminar tomados de la mano; con quién compartir historias.


Estuve un tiempo buscando un rumbo para seguir, uno guiado por un par de estrellas guardadas tras unos ojos; uno en el que no tuviera que preocuparme por entregar todo, sin perderlo.

Busqué en los más recónditos lugares, un pecho cuyas grietas, estuvieran hechas exactamente a la medida de mis sueños, para ponerlos ahí, y cerrar las grietas, por supuesto. Busqué desesperadamente unos sentimientos que se asemejaran a los míos, que fuesen casi idénticos, para no herirnos nunca. Intenté encontrar un cuerpo, que su carne necesitara; pidiera, a gritos la mía, para calentarla, para arroparla.

Sin embargo, me obligué a entender que lo que estaba buscando, era demasiado irreal, que estaba buscando una mera fantasía, un ser perfecto que, por supuesto, no encontraría. Es por eso, que decidí detenerme, decidí despertar de mi superflua ilusión, y retomar un camino que, si bien no me llenará de sonrisas creadas en el más sencillo intercambio de miradas, o besos convertidos en poemas, o pasiones carnales consumadas en el roce de un par de cuerpos deseosos uno del otro; tampoco me llevará más allá de lágrimas, o de vacíos en mi pecho, o de piedras en el camino con las que me tendré que acostumbrar a tropezar.

Y aunque no todos tengamos con quién caminar tomados de la mano, todos nos encontramos con alguien para compartir el camino.