sábado, 17 de diciembre de 2011

Aunque el tiempo intente detenernos.

Tanto tiempo estuve aquí; sin saber que tú también estabas aquí.

Dolía. Dolía tanto tiempo esperando, dolía recordar, dolía ansiar; dolía la vida. Dolía todo antes de tu llegada.

Los segundos seguían su paso justo como debían seguir; con un vacío casi tan grande como el universo. Ese vacío que abundaba en mis ganas de seguir buscando un pecho que refugiara mis sueños, que refugiara esas imperiosas ganas de felicidad que buscaba; esas ganas de vivir.

Las paredes de mi habitación seguían sin decirme todo lo que yo les decía mientras dormía; seguían sin decirme que ibas a llegar. Las mañanas seguían frías; tan frías como el café después de dos horas sin beber. Mañanas frías, vacías, incautas de la realidad; incautas de tí.

Pero llegaste. Llegaste llena de alegría, de sonrisas escondidas en mi dolor; llegaste para recordarme que, si bien no existe perfección alguna; para mí, eres lo más cercano a ello. Llegaste para invadir mi alma de solo sonrisas, de momentos, de suspiros; llegaste para invadir mi alma de tí.

Ya no hay vacío. Ya no hay ganas de llorar, a menos que sea de felicidad. Ya no hay ganas de regresar el tiempo; solo de detenerlo. Detenerlo para hacer de tí un momento eterno; detenerlo para asegurarme que esto no es un sueño del que despertaré mañana; detenerlo para tenerte siempre.

No sé cuánto tiempo durará, solamente sé que mientras sea contigo... Avanzaré más rápido que el tiempo.