domingo, 16 de diciembre de 2012

100 cosas que no deberías saber

Querido lector:
Primero que nada, quiero advertirte que, si  no estás dispuesto a leer con mente abierta lo que estás a punto de leer, cierres esta página.
Segundo: todo lo que leerás a continuación es absolutamente verídico, y fue escrito por mera diversión y con ningún afán en específico. Comencemos.

1: Escribo desde los doce años.
2: No me gusta la piña.
3: Viví en Monterrey y en Tijuana (México).
4: Siempre que miento, volteo a ver a mi lado izquierdo.
5: Me dan miedo los calvos.
6: Mi primer "borrachera" fue a los diez años.
7: Me desagrada la mayoría de mi familia.
8: Mi cumpleaños número seis lo celebré en Sinaloa, mientras viajaba rumbo a México.
9: Comencé a leer a los 7 años.
10: Las reglas de las religiones me parecen totalmente absurdas. 
11: La primera vez que fumé un cigarro, tenía once años.
12: El tigre es mi animal favorito.
13: Cuando recién entré al kinder (una semana), oriné en el pantalón de uno de mis compañeros porque entró al baño antes que yo. O SEA.
14: Evito estar cerca de las personas que no tienen la capacidad de reírse de sí mismas.
15: Me asustan los camiones de carga (tráilers).
16: Gabriel García Márquez es mi autor favorito.
17: Nunca salgo a la calle sin encendedor.
18: Mi primer empleo lo tuve a los dieciséis años.
19: Mis ojos son color gris, no verde, PUTA MADRE. (Lo dijo mi oftalmólogo.)
20: Creo en un Dios, mas no en las religiones.
21: Soy ferviente aficionado al fútbol soccer y al fútbol americano.
22: Aún escribo cartas en papel.
23: Me molestan las personas obsesionadas con el karma.
24: En toda mi vida, me he cambiado de casa dieciséis veces. (Tengo dieciocho años.)
25: El 54 es mi número favorito.
26: La relación más larga que he tenido duró 2 años y 6 meses.
27: No he terminado la preparatoria. (PERDÓN MAMÁ.)
28: El whisky es mi bebida (alcohólica) favorita.
29: Me han amenazado 3 veces de muerte. 
30: Detesto mi nariz.
31: Cuando tenía trece años, me estrellé en una pared andando en bici. Desde entonces, no he montado una.
32: Una vez gané un premio de literatura.
33: Soy fiel fanático del grupo de rock "Panda".
34: Una vez me perdí en un supermercado.
35: Soy huérfano de padre desde los diez años.
36: Me da miedo conducir autos que no son míos.
37: Mis amigos me apodan "Bisbal" por mi cabello chino.
38: Me "plancho" el cabello.
39: Soy aficionado de los Pumas y de los Patriotas de Nueva Inglaterra.
40: Nunca he terminado de leer "La Divina Comedia".
41: Viví fuera de mi casa tres meses.
42: Una vez estaba tan ebrio, que amanecí acostado sobre una mesa de madera.
43: Colecciono juguetes del "señor Cara de Papa".
44: Me es imposible rechazar una copa de alcohol.
45: Cuando tenía 9 años sufrí un paro respiratorio. Iba a morir.
46: Detesto el rock pesado.
47: Fumo Marlboro rojos.
48: Me gusta el teatro.
49: Me molesta que utilicen el término "pobre".
50: Me gusta hacer sexo oral.
51: Me gusta que me hagan sexo oral.
52: No me gustan las películas sobre musicales.
53: Tengo la molesta manía de morderme las uñas.
54: El primer concierto al que fui, fue de "RBD".
55: No le temo a mi muerte.
56: No me gusta ver pornografía.
57: El punto anterior es absolutamente cierto.
58: Me he enamorado tres veces.
59: El reggaetón es mi placer culposo.
60: Soy perfeccionista en cuanto a ortografía se refiere.
61: No me gustan las casas que no tienen flores o plantas.
62: He pensado en suicidarme dos veces.
63: Ajeno a lo que muchos piensen, sí me gusta leer.
64: Alguna vez llegué a tener la estúpida idea de que el amor no existe.
65: Cuando era niño, odiaba a mi hermana. Ahora la amo con todo mi ser.
66: Nunca he dejado de llegar (sin avisar) a dormir a mi casa.
67: Siempre se me ha hecho injusto pasar una vida solo. Por eso apoyo las relaciones sentimentales de mi madre.
68: Irónicamente, a la única persona que le fui infiel, fue a la que más amé.
69: Detesto a las personas que opinan sobre un tema sin tener pleno conocimiento.
70: Me provoca bastante inseguridad abordar o pretender mujeres. No sé, pues.
71: A mediados del 2012 tuve una congestión alcohólica.
72: Mi película favorita es "3 Metros Sobre el Cielo".
73: Sólo una vez he tenido sexo casual.
74: Esli, Karla y Eva. Los nombres de las 3 mujeres de las que me he enamorado estúpidamente.
75: El azul es mi color favorito.
76: Marihuana y cocaína son las drogas que he consumido.
77: Me fascina el acento británico.
78: Sí le temo a la muerte de las personas que me rodean.
79: Admiro a los homosexuales.
80: Me da miedo ir al doctor. 
81: Tengo principios de asma.
82: A pesar de lo mucho que me gusta el alcohol, nunca he probado el mezcal.
83: Mi mejor amigo es la única persona a la que le confío absolutamente todo.
84: Cuando tenía cuatro años, mi padre intentó asfixiarme.
85: Me molesta la gente con mala ortografía.
86: Si pudiera elegir otra vida, sin dudarlo la rechazaría.
87: Contrario a lo que algunos de mis amigos piensen, no soy cocainómano. De hecho, no he probado esa droga más de 10 ocasiones.
88: No me gusta el agua simple.
89: Me gusta ir a museos.
90: Me fascina la fotografía.
91: Me desespera la gente que todo el tiempo está "sufriendo", se victimiza y/o se hace mártires.
92: Sólo he llorado por dos mujeres en toda mi vida.
93: Soy buen besador. (Lo dicen mis ex.)
94: Tengo mucha ropa morada.
95: Me da miedo la soledad.
96: Tergiversar e inocuo son de mis palabras favoritas.
97: Me molesta la discriminación.
98: Me gusta la política. (Y, por supuesto, hablar de ella.)
99: Una vez estuve a punto de ingresarme en un grupo de rehabilitación por el alcohol.
100:Me valen verga las reglas, razón por la que haré más de 100 puntos.
101: Me encantan los videojuegos deportivos.
102: Cambiaría todos mis vicios por estar con una mujer.
103: Estuve enamorado de mi mejor amiga. A veces, siento que todavía lo estoy.
104: La última vez que fui infiel tenía 15 años.
105: Una vez me besé con mi prima.
106: Estoy en contra del aborto.
107: Sólo hay dos personas a las que les he pedido su perdón con toda mi alma. Ambas me perdonaron.
108: Me enojan bastante las personas que insultan a las mujeres.
109: Quiero tener dos hijos. Niño y niña.
110: Me frustra que no se me "cierre" la barba.
111: Se me facilita mucho hablar, escribir y entender el inglés.
112: Me desagrada la gente que presume de saber inglés, y escribe incorrectamente en dicho idioma.
113: La gente que bebe café me agrada en automático.
114: Odio el transporte público.
115: Me molestan los piropos, ruidos o gestos vulgares de las personas (aunque sean mis amigos) hacia las mujeres.
116: Me resulta absurdo las personas que se jactan de amar y no lo hagan sin ningún reparo.
117: Me vale verga lo que la gente opine de mí.
118: Escribo por pasión, no por impresión.
119: El café lo bebo con dos de azúcar.

FIN.

lunes, 26 de noviembre de 2012

A ella, a Eva


Querida Eva:

Decidí que es momento de escribirte. No sé si lo hago para dejarte ir o simplemente porque sí, pero decidí escribirte. Es momento también de decirte lo que nunca fui capaz de decirte de frente; perdona si parece cobarde hacerlo de esta manera, pero no me atrevo a hacerlo de ninguna otra. Entonces sí, soy cobarde.


Empezaré diciéndote que esto no es ni queja, ni reclamo, ni propuesta, ni absolutamente nada más que una simple carta, como esas que la mayoría de las veces quedan en el olvido. Como todo. Como siempre.


Me quedé con ganas de escucharte hablar y quejarte y reclamar y levantar la voz y volverla a su tono. Me quedé con ganas de observarte hacer ademanes y entonces apaciguarte con un beso, y si ese beso no era suficiente, darte tantos como te cupieran en el cuerpo. Me quedé con ganas de conocer tus heridas; todas y cada una de ellas, y aprendérmelas de memoria y después acariciarlas hasta que sanaran. Me quedé con ganas ver tus gestos y entonces también saber qué debía hacer: quedarme o marcharme en ese momento. Me quedé con ganas de que me lo contaras todo, de que pudiéramos platicar durante horas y entonces pudieras darte cuenta que podía ser tu novio, y tu amigo, y tu confidente; que podía ser tuyo como fuera, todo al mismo tiempo. Me quedé con ganas de contar las líneas de las palmas de tus manos, y así saber qué tanto podía escribir en ellas. También me quedé con ganas de tomarte por la cintura y aferrarme a ella tanto como alguna vez me aferré a nosotros, pero esta vez sin soltarte. Me quedé con ganas de que me dijeras que me extrañas. Esas ganas permanecen.


Este es el momento de hacerte saber que me equivoqué en nosotros. Me equivoqué porque no hice lo que sabía que tenía que hacer. Siempre supe que era mejor llegar, que preguntarte si podía llegar; y que las llamadas siempre han sido mejores que los mensajes; y que siempre debió ser «voy», y no «¿voy?»; y que las palabras siempre fueron demasiadas, y las caricias pocas; y que nos quería echar a volar sin paracaídas, cuando tú sólo querías caminar despacio; y que la distancia geográfica nada tenía que ver con lo lejos que siempre estuve de ti. Nunca supe crear armonía ni sincronía entre nosotros. No tienes que sentirte culpable de nada.


A veces me detengo a pensar "¿y si ya nos vimos por última vez?", y es entonces cuando me doy cuenta que el tiempo nunca fue tan corto, ni tan insuficiente, ni tan injusto. Y es entonces, cuando me doy cuenta que tal vez no era nuestro tiempo, y si lo fue, qué bueno que fue. Es entonces cuando me rompo, y te escribo.


Lo que intento decir con todo esto es que, sin tener la plena seguridad de que lo vayas a leer, sí: te echo de menos.


Siempre con amor.
Fernando.

viernes, 19 de octubre de 2012

Ausencia de mí


Despierto, y veo gente. Salgo a la calle, y veo gente. Mientras como, veo gente. Veo gente en todos lados.
Veo gente ahogada en su soledad, en sí misma. Veo gente que camina arrastrando la vida hecha pedazos. 
Veo gente incapaz de sostener la mirada, y entonces intento calcular cuántos años de tristeza lleva cargando ahí. Veo gente que ríe más alto que el cielo encima nuestro, y pienso en lo infeliz que debió haber sido en sus vidas pasadas, para poder reír así de fuerte.

Veo gente sentada, pensativa; tratando de saber si renunciar a su empleo por seguir sus sueños en realidad fue lo mejor. Al otro lado, veo más gente pensativa. Ese joven de la banca de allá, está pensando en cómo decirle a sus padres que perdió su casa en una apuesta. Aquel otro, está arrepentido y está rezando a Dios, y le está suplicando que le perdone por robar a esa señora, y por haber matado al anciano que se negó a darle su reloj. El señor que está regando sus flores en aquella esquina, no ha notado que la manguera dejó de escupir agua hace quince minutos. No sabe cómo anunciar su cáncer terminal.

La señora que está fumando en la entrada de su casa, no sabe nada de su esposo desde hace dos días, y está totalmente furiosa y desolada porque concluyó que él la engaña. Él no la engaña, él chocó de regreso a casa. Murió. El muchacho que va sonriendo del otro lado de la calle, acaba de comprar el anillo de matrimonio para su novia.

Veo gente llorando; unos de felicidad y otros de tristeza. Esa chica llora porque su novio terminó con ella. Hoy le iba a dar la noticia de que está embarazada. La señora del bolso negro, la que está alzando los brazos tratando de tocar las nubes, llora porque consiguió su ascenso después de seis años; entendió que las nubes, el cielo se encuentran en ella. El anciano llora porque acaba de nacer su nieto, y sí lo va a conocer. El muchacho de allá llora porque le dijo a su papá sobre su homosexualidad. Lo corrió de su casa.

Veo gente que ve con los oídos. Veo gente que toca otra gente con las manos, pero que las siente con el alma. Veo gente que grita con la mirada, y otra que sufre con el silencio. Veo gente que camina con las alas, y otra que ni siquiera sabe caminar. Veo gente que quiere soñar, pero continúa escuchando a los demás. Veo gente que se burla de otra gente por ser diferente. Veo a esa gente diferente sufrir, pero siendo feliz. Veo gente que bromea todo el día, y que, al llegar, se sienta a llorar en el lado más oscuro de la casa. Veo gente con miedo a decir lo que siente por evitar el rechazo. Veo gente que aparenta tenerlo todo, sin haber desayunado por no tener nada. Veo gente que ama en secreto, y otra que finge en voz alta.

Veo gente rota, y otra que está en reconstrucción, pero nunca veo gente completa.
Veo gente. Veo mucha gente que me ve, pero nunca me veo a mí; nunca estoy ahí.

viernes, 25 de mayo de 2012

Yo tampoco sé dónde dejar las memorias

¿Por dónde se nos fue el amor? ¿A qué cielo fue a parar? ¿En qué kilómetro se nos extravió? ¿Alguien más ya lo encontró? ¿Qué tan límpido quedó tu pecho después de nosotros? ¿Quedó en penumbras? ¿Me extrañas? ¿Te extrañas a ti? ¿O es que nos extrañas a nosotros?

Lo que más me molesta de este silencio que dejaste, es que cada segundo que pasa, fractura mi fe en que vuelvas; cada latido que da mi corazón, puedo escuchar cómo me cruje el pecho y todo lo que hay ahí dentro, incluyéndote; es que cada canción se vuelve sorda a mis oídos; que tu voz es lo único que puedo escuchar. Maldito silencio.

¿Dónde quedaron nuestras promesas? ¿Y nuestra eternidad juntos? ¿Qué le sucedieron a nuestros planes? ¿Dónde dejaste a nuestros hijos? ¿Los enterraste en tu olvido o en tu jardín? ¿Qué le pasó a nuestra casa? ¿Las paredes siguen blancas? ¿Todavía hay estacionamiento para dos autos? ¿Todavía hay estacionamiento para nuestras almas juntas? ¿Qué le pasó al beso matutino en la frente? ¿Y al sexo que hacíamos amor? ¿Y al roce de nuestros cuerpos? ¿Se hizo rígido? ¿O sigue terso?

Sé que debo ser puntual a la hora de hablar de ti, pero no puedo. El desconsuelo puede más que yo. Cada vez que alguien menciona tu nombre, se me estremecen las entrañas; la sangre deja de fluir; mis lagrimales comienzan a temblar. Tal vez quiero conservar nuestro relato sólo para mí, con toda la aflicción y con toda la ventura que implica custodiar tu recuerdo. O tal vez es el recelo a que te me escapes del pecho si te me escapas por los labios.

¿Ahora dónde estás? ¿Estás haciendo algo? ¿Aún respiras? ¿Aún me piensas? ¿Me sacaste de tu vida? ¿O fue mi vida la que te sacó de mí? ¿Nos has mencionado? ¿Nos callas? ¿Vas a volver? ¿Te sigo esperando? ¿Te preparo el desayuno? ¿O mejor la despedida? ¿Ya encontraste a alguien más? ¿Ya te encontraste a ti? ¿Dónde me dejaste a mí? ¿Tienes idea de cuánto te extraño? ¿Con qué lleno este vacío? ¿Con alcohol? ¿O lo hago con las memorias? ¿Sabes dónde dejar las memorias? Yo no.

jueves, 19 de abril de 2012

Otoño en Navarra

Era Octubre en Navarra, España. No recuerdo bien el año en que sucedió, puesto que mi abuelo, quien compartió esta historia conmigo, tiene ciertas dificultades para recordar fechas; pero vaya talento el que tiene para relatar sus historias. Yo supongo que habrá sido por ahí de 1940 aproximadamente, pues él presume que aún estaba en sus años mozos. Dice ser uno de los ya pocos testigos que quedan con vida de aquel capítulo en su vida que se le quedó cual sangre en las venas. Relata que decidió salir un par de meses de México para irse de aventurero a España, buscando toparse con alguna anécdota para compartir con sus nietos. Vaya que la encontró.


El otoño estaba en su máxima expresión. Las hojas caían de los árboles delicadamente como si tuviesen temor a tocar el suelo. Todas ellas permanecían aglomeradas hasta el momento en que llegara el viento a repartirles un destino nuevo a todas y cada una de ellas; lejos de su árbol en su mayoría. Soplaba fuerte, provocaba una especie de silbido que hacía perfecta sintonía con el cielo gris y aturdido de tanta nube. Mi abuelo andaba por ahí divagando con la mirada y con los sentimientos que le provocaban tal composición de elementos. Le ponía la nostalgia y la melancolía a flor de piel, dice. Colgando del cuello siempre traía su cámara fotográfica, casi tan obsesivamente como si sostuviese alguna clase de romance con aquel aparato. Dice que era para no perder ningún detalle del paisaje, pero me resulta exagerado que la cargase hasta cuando dormía. En fin, caminaba por la Selva de Irati, precisamente en Navarra, capturando cada movimiento de la naturaleza, hasta que decidió sentarse en una banquilla para tomar un pequeño descanso para rehidratarse y tomar un poco de aire.


Mientras continuaba divagando y asombrándose con cada detalle de aquel extraordinario sitio, se aproximó un hombre con gabardina negra, bufanda del mismo color y un peculiar sombrero igualmente negro. Era alto, fornido, de cara pálida y voz gruesa como el estruendo de un cañón.— ¿Me permite acompañarle, caballero?— Preguntó con una propiedad que asombró a aquel aventurero.— Concédame el honor, por favor.— Respondió mi abuelo.— Iker Valente.— Dijo el caballero de gabardina.— Augusto Rodríguez. — Contestó mi abuelo mientras le estrechaba la mano. Comenzaron una plática que duró horas y de no haber sido porque cayó la tarde, hubiesen continuado sin tener cuidado del tiempo.— Me ha dado tremendo placer conocerle, Augusto. Le invito mañana a desayunar a mi cabaña. Está a sólo un par de kilómetros de aquí hacia arriba. El camino es muy sencillo, no tendrá dificultad alguna para llegar.— Será un placer acompañarle, señor Valente.— Iker, puede llamarme Iker, mi buen amigo.— Bien, Iker. Mañana a primera hora estaré ahí.— Se dieron un apretón de manos y cada quien partió a su dirección.


A primera hora de la mañana, mi abuelo estaba ya en el pórtico de Iker. El hombre estaba fascinado con aquella cabaña construida de madera de roble. Hizo hincapié en lo rústica de aquella morada. Tocó una campana de cobre que colgaba de uno de los pilares del pórtico, y de inmediato salió el señor Valente.— ¡Mi buen amigo! ¡Le estaba esperando ya!— Exclamó Iker levantando los brazos. Inmediatamente después, dio un cálido abrazo a su nuevo amigo extranjero. Ambos se sentaron en el comedor de caoba, y se dispusieron a servirse el desayuno. Huevos, panqueques, fruta, jugo, café y demás alimentos atiborraban la mesa casi al punto de desbordarse la comida. Mi abuelo estaba cada vez más deleitado. Sostuvieron una amena plática durante varias horas, hasta que mi abuelo interrumpió.— Debo decir que le estoy muy agradecido por el desayuno, Iker. ¿Qué opina si por la noche vamos por un trago al pueblo? Yo invito.— ¡No!— Respondió violentamente el español, mientras el coraje invadía su cuerpo como si mi abuelo hubiese blasfemado.— Verá, no me parece adecuado que nos embriaguemos. Después se nos podrá dificultar un poco el regreso.— Mi abuelo, aún pálido por el susto, respondió:— Tiene razón. ¿Qué le apetece hacer?— Venga, le mostraré la casa.— Se dispusieron a dar el último sorbo a sus respectivos cafés, y se pusieron de pie.— Vamos.— Dijo Iker aún tembloroso por aquella repentina furia que se apoderó de él. Caminaron un largo pasillo entre el cual, habían unas 4 o 5 habitaciones, hasta llegar al fondo de él. Había ahí una puerta amplia que Iker abrió con una empuñadura que tenía en la parte media.— ¡Vaya! ¡Es impresionante!— Dijo mi abuelo totalmente anonadado por lo enorme del lugar. Y es que había aproximadamente unos setecientos metros cuadrados de jardín, en los cuales estaban distribuidas unas cuantas cabañas pequeñas y un establo.— ¿Gustáis de montar?— En realidad sólo lo he hecho un par de veces, pero tal vez pueda enseñarme.— Es sencillo. Venga. Le mostraré.— Entonces se aproximaron al establo, y abrió las rejillas de donde salieron dos caballos inmensos y en perfecto estado. — Sólo se monta en el caballo, y dirige halando de aquí. — Entonces le puso anteojeras al caballo, y se lo cedió a mi abuelo. Cabalgaron por varios minutos, hasta que mi abuelo se detuvo a observar una pequeña casa descuidada que notó al fondo entre los árboles.— ¿Qué es ese lugar?— Apuntando con su dedo anular hacia la casa.— Nada que os interese. ¿Ha escuchado aquella frase que dice “la curiosidad mató al gato”? Bien, debería usted dejar de ser tan curioso. No vaya a ser que le toque el mismo escenario que al gato.— Estas palabras, como a cualquiera le hubiera sucedido, estremeció a mi abuelo, quien de inmediato bajó del caballo y dijo a Iker:— Me la he pasado muy bien, pero creo que es hora de que vuelva a mi posada. Agradezco su atención, señor Valente.— Entonces salió a paso disimulado pero veloz de aquella mansión de madera.


Mi abuelo quedó absolutamente consternado. Esas palabras de Iker le giraban en la cabeza cual trompo, y lo dejaron considerablemente temeroso, pero curioso. “¿Qué habrá ahí?” “¿Por qué habrá reaccionado así cuando le pregunté?” “¿Esconderá algo?” Eran unas de las variadas preguntas que abundaban en el cerebro de mi abuelo. Ya bastante avanzada la noche, mi abuelo no soportó más la tentación. Se puso sus botas, su abrigo y una cachucha que encontró entre sus cosas, y se dirigió a casa de Iker a descubrir cuál era el misterio tras esa casita tan descuidada y tenebrosa. Por supuesto, sabía que lo ideal era rodear la cabaña para evitar ser descubierto por el dueño, lo que lo hizo caminar más o menos un kilómetro más. Finalmente llegó a la parte trasera de dicha casa, con toda la intención de forzarla si era necesario, cosa que no sucedió. La puerta estaba entreabierta, y desde unos veinte metros atrás, se percibía un olor extraño. De esos olores que te penetran desde la nariz hasta los intestinos, y te provocan volver el estómago. Pero mi abuelo traía un pañolete con el que cubrió sus fosas nasales, y aunque aún traspasaba el olor, el desagradable pesar era controlable. Entró a la casa sigilosamente, pero el crujir de la madera pútrida hacía un escándalo que sentía que en cualquier momento le iba a delatar. Sin embargo, ignoró esto y continuó. Infestada de un sinfín de bichos de toda clase, de telarañas, y de olores extraños, mi abuelo siguió buscando, aunque ni siquiera supiera qué buscaba. De repente, hubo un olor difícil de distinguir, pero que, sin duda, resaltaba entre los demás. Ya sabía qué buscaba. Entonces mi abuelo se retiró el pañolete y siguió por toda la casa el rastro de ese olor tan grotesco. Buscó por todos lados, pero no encontraba el origen del olor. Decepcionado, decidió buscar la salida, pero en su paso, sintió que había pisado algo. Por el crujido, supuso que se trataría de alguno de los bichos, así que siguió el camino, cuando volvió a sentir algo similar. Consternado y curioso por saber de qué se trataba tal sensación en los pies, volteó la vista al piso, llevándose una aterradora y escalofriante sorpresa: — ¡Carajo! ¡Eso es una mano! — Miró hacia atrás y se topó con lo que temía: más rastros de cuerpo humano. Regresó el camino, y notó una pequeña compuerta que estaba disfrazada entre las maderas. Jaló la manija, y rodaron un sinnúmero de cabezas y miembros de cadáveres de mujeres. Antes de que terminaran de caer todos los miembros, se echó a correr a la salida, y justo antes de cruzar la puerta, una voz lo detuvo. — Caray, Augusto; amigo mío. Vaya que la curiosidad mata al gato.

jueves, 29 de marzo de 2012

Estoy cargando con algo más pesado que yo

Estoy escribiendo esta historia sobre un pedazo de papel. Un arrugado, rígido, frío y roto pedazo de papel. Tal vez lo haga así porque combina perfectamente con lo que traigo en el pecho; no estoy completamente seguro.
La única expectativa que tengo con estas letras, es que pueda terminar de escribirlas antes de que el dolor que tengo en el corazón, no me desgarre la mano con que las estoy escribiendo. Solo eso.

No tengo plena consciencia de qué es lo que duele. Pueden ser estas ganas de tener a quién abrazar sin angustiarme porque se irá al día siguiente, o si es el amor que está asfixiándose en mi pecho buscando desesperadamente una grieta por donde pueda salir. Tampoco sé si mi pesar radica en los amores pasados que dejaron su huella de concreto, y no de arena, como la mayoría acostumbra a hacerlo. No lo sé.

Es agobiante sentir cómo se acelera el pecho  y cómo empieza a incendiarse por dentro. Es angustiante cargar con un dolor que pesa más de lo que soy, que pesa más que la carne y los huesos que conforman mi cuerpo. Aterra entender que no importa qué tan fuerte grite, siempre permaneceré en silencio; o qué tanto intente volar, siempre me quedaré pegado al suelo. Agobia, angustia, aterra, altera, arde, asfixia, pesa y duele, sobre todo duele.

Es ahora cuando me doy cuenta de que mi corazón huele a vacío; a vacío y soledad. Ahora comprendo que está ya muy desgastado, usado y cansado. Es ahora cuando por fin entiendo que no son los demás, es él. Me di cuenta que mi corazón está enfermo y desahuciado, tanto o más que cualquier hombre en etapa terminal.

martes, 13 de marzo de 2012

La de los ojos que no se olvidan

Se llamaba Ángela. Ángela era la de los ojos caídos y la de mirada caprichosa, retadora, imponente e incluso aterradora. No recuerdo que alguien pudiese sostenerle la mirada por más de diez segundos sin sentir algún temor, desprecio u odio hacia ella. Y es que en verdad era escalofriante su mirada fija sobre la tuya, como si tratara de decirte que no era digno de estar en el mismo lugar que ella. Evitaré ahondar en detalles físicos, no porque sean irrelevantes, sino porque sólo harían más desgastante esta historia y olvidaríamos que son sus ojos los que, en realidad, son lo único indispensable a recordar físicamente acerca de Ángela. En fin, sus ojos, nunca olviden sus ojos, así como yo nunca lo he hecho. Tal vez esa intimidante mirada de Ángela se debía a la tempestad que guardaba en ella y en su pasado... Su maldito y escalofriante pasado.

Ángela tenía un pasado tan pesado y tan tormentoso, que muy pocos hubieran podido soportar, y si lo soportaban, era porque en realidad no tenían pudor alguno en retar al desaliento y al descarado destino. Huérfana de padre a una bastante temprana edad (cabe destacar que su padre era también su mejor amigo, su confidente; el amor de su vida, pues), con una madre totalmente despreocupada por lo que pudiera o no sucederle a Ángela (me atrevo a hacer este prejuicio basándome únicamente en los relatos que la misma Ángela me contaba), y con una soledad que siempre iba pisándole los pies.

Sin embargo, y a pesar de su vida envuelta en tragedias, Ángela permanecía, siempre permanecía. Le lloraba en silencio a su padre, le gritaba con desdén al cielo preguntándole por qué le había dado una vida tan perturbadora, y demás rabietas que hacía del pecho hacia afuera, pero siempre permanecía.

A veces, Ángela parecía la persona más débil y vulnerable que pudiese estar pisando la Tierra, pero tenía un carácter irreverente, tenaz y agresivo hacia cualquier persona que interviniera en su camino con afán de detenerla o de entrometerse en su dolor. Creo que eso la hacía mucho más fuerte.

Ahora, Ángela sigue lidiando con paso firme (a veces tambaleante, pero siempre firme) esa vida que tanto le ha maltratado, y sigue teniendo esos ojos que, como les dijee, poseen una mirada que nunca se podría olvidar.

martes, 21 de febrero de 2012

La del pórtico.

Ahí estaba Agustina, sentada en su pórtico en una de esas sillas reclinables hechas de madera de roble que ya estaba bastante desgastada. No sé si era por todos los fantasmas y tormentos que tenía que cargar cada vez que Agustina se sentaba, o si era simplemente por las lluvias torrenciales que golpeaban a su pueblo como si estuviese condenado de por vida a causa del abrupto abuso de la tala de árboles y a la matanza de las gaviotas de la región. En fin, ahí estaba ella. Ahí estaba Agustina con un taza de café en una mano (que parecía eterna pues, con esa única taza de café, le bastaba para posarse todo el día en su silla y beber de ella sin que tuviera la necesidad de levantarse por más), y con un cigarrillo largo como su olvido en la otra. Ahí estaba desde hacía doce años, todas las mañanas, todas las tardes, todas las noches; siempre sola, sin pronunciar una palabra (aparentando que nada ni nadie merecía escuchar su voz) y sin que alguna persona del pueblo la hubiese visto pestañear o gesticular por lo menos una vez.

Era tan inverosímil la frigidez con que se manejaba, que algunos dudaban que en realidad se mantuviera respirando. Y, de no ser por ese único sorbo que daba a su café cada cuarenta y siete minutos, y por la brusca bocanada que le arrebataba al cigarro cada tres, bien se podría creer.

Agustina era una dama de aproximadamente cuarenta años, nadie podía saber con certeza su edad. Era de complexión delgada, de tez excesivamente blanca, a punto de caer en la transparencia (pero jamás en lo invisible). Su pelo era color negro profundo, como si el abismo residiera en él. Sus ojos se podían fácilmente confundir con un par de lagos límpidos por ese imponente tono azulado que tenían, pero que, al mirarlos cuidadosamente, parecían estar sumergidos en lo más oscuro y escalofriante de esos lagos. Solía vestir con vestidos largos de colores opacos que combinaban perfectamente con su alma.

Nunca se le vio realizar otro movimiento que no fuese el de encender su cigarrillo con un cerillo, darle sus bocanadas cada tres minutos, y beber un solo sorbo de café cada cuarenta y siete. Era estremecedora la exactitud con que lo hacía. Casi parecía que tuviese una alarma que sonara estrepitosamente en su cerebro para realizar dichos movimientos. Ni siquiera comer se le veía, como si fuera su abrumadora soledad la que alimentara sus entrañas. Jamás se le conoció un pariente o un amigo, ¡vaya!, ni siquiera una mascota.

Pero parecía que Agustina disfrutaba vivir así, pues demostraba cierto desdeño hacia todo lo que no fuese su silla reclinable, su interminable taza de café que, además, y por alguna extraña e inexplicable razón, permanecía caliente todo el día; sus cerillos y sus cigarrillos. Parecía estar ausente cada segundo del día y de la noche.

Así era Agustina, mujer que vivía en el más desdichado mundo de café y cigarros, pero que lo vivía con tal apacibilidad que cualquiera pudiera envidiar; y cuya voz, nunca nadie pudo escuchar.

miércoles, 8 de febrero de 2012

Biografía de un corazón.

"El tiempo cura las heridas", me decían. Confío más en una sonrisa... En su sonrisa.

Conocí una sonrisa capaz de guardar más eternidades que silencios. Perdí la noción del tiempo desde el momento en que me tomó completo con esos ojos cafés y con esa mirada tan profunda y perfecta como el olor de un libro nuevo deseoso de contar su historia. Así lo hizo. Así me arrancó los pies del suelo y me agarró el alma, la voluntad, el pecho y, por supuesto, mi vida. Así, con esa mirada.

No sé qué tenía dentro de ella, no sé cuántas lágrimas había derramado, ni cuántas veces se había querido incendiar el pecho y dejar en cenizas el dolor que ahí guardaba. Lo único que sé es que ese pecho está hecho a la medida exacta de mis menesteres.

Quién sabe cómo es que la encontré, pero lo hice. O tal vez fue ella quien me encontró. O tal vez fuimos ambos que veníamos caminando con los pies perdidos. Quién sabe qué fue lo que pasó, pero pasó. Y es de esas historias tan extraordinarias que contarla la haría parecer irreal. Es de esas historias con diálogos cortos y miradas largas. 

Lo gracioso es que entró sin avisar, sin pedir permiso y como si fuera dueña de todo. A lo mejor lo es. A lo mejor ya era dueña de mí desde antes de haber llegado. A lo mejor es ella la que se hacía de mis sueños y me hacía tan feliz mientras dormía, pero desconocía en carne propia. A lo mejor era solo cuestión de encontrarla y verla para darme cuenta de que esa cara es la misma que anhelaba ver fuera de sueños. A lo mejor lo es.

Desconozco qué tan incompletas o manchadas o corregidas o rasgadas estén sus historias pasadas. Yo vine a escribir la mía; bien escrita, con tinta indeleble y con tantos capítulos como me lo permita. Por la tinta ni me preocupo, traigo de sobra. También vine a trazar un camino en el que solo quepamos ella y yo. Solo vengo a inventarle un mundo en el que pueda tomar su mano sin temor a que vaya a partir un día. 

viernes, 27 de enero de 2012

La eternidad dura lo mismo que el olvido.

No te escribo porque te estoy extrañando, te escribo porque te estoy olvidando.


La última vez que te escribí, me seguías doliendo. Seguías enterrada en mi pecho; punzando en mi piel. Seguías jugando con mi mano a soltarla y volver a tomarla a tu antojo. Lo mismo hacías con mis sueños.

¿Recuerdas ese «para siempre» que me prometiste? Yo solía hacerlo. Hasta que entendí que si te fuiste fue porque no ibas a volver. Y si volvías, era para terminar de recoger aquellas cosas que olvidaste en nuestra habitación; todas menos a mi. A veces pienso que nunca nos entendimos. O te entendiste. O me entendí. A veces pienso que nunca fuimos para nosotros.

Te lloré tantas veces que esperaba que en alguna de esas lágrimas se te ocurriera regresar diciéndome que todo estaría bien, y que volverías a tomar mi mano para nunca soltarla otra vez. Tan equivocado estaba, y tan equivocados estábamos. Nos equivocamos al pensar que sería eterno cuando ni siquiera éramos conscientes de cuánto dura la eternidad. Estábamos tan equivocados que nos olvidamos de cuidar la esencia y lo que llevamos dentro, y nos pusimos a cuidar la carne. Así de mal estábamos.

Decidí escribirte porque te me estás yendo de la piel, de los recuerdos, y del pecho. Decidí escribirte porque nos veo tan rotos que lo único que nos puede pegar son las letras. Y no, no te quiero pegar para también pegarte en mi alma. Decidí pegarte en papel, porque es la única forma de concluir nuestra historia tan incompleta y tan insuficiente. Es la única forma en que ya no volverás a doler.

Te escribo por última vez porque sé que después ya no podré recordar ni lo que me hizo extrañarte tanto.

miércoles, 4 de enero de 2012

Un día aprendí a soñar con los ojos abiertos.

Y cuando menos lo esperas, abres los sueños.


La verdad, es que estaba indeciso sobre qué escribir. No sabía si escribirle al amor, o al desamor, o a qué. Así que decidí escribirnos a nosotros.

Vaya forma esa de transformarnos de un día a otro, sin poder decidir, sin poder actuar, sin poder opinar, pues. Y es que es tan repentina la forma en que llegan las personas, que ni siquiera traes los calzones puestos u acomodados. Ni siquiera sabes si vas a reír con su llegada, o llorar con su partida, o si será al revés. Solamente llegan sin avisar y sin un sentido de conciencia que pueden causar en alguien ajeno a ellos. Llegan sin decir cuánto tiempo piensan quedarse, o si siquiera piensan quedarse.

A veces creo que llegan, sólo para contarnos historias, no sé si para pedirnos que formemos parte de ellas, o únicamente, para aislarnos y recordarnos que no lo somos. Llegan para presumirnos de una felicidad que no conocemos, de unos sueños absolutamente inverosímiles, tal vez.  Y digo "inverosímiles", porque ¿qué va a conocer uno sobre sueños, si a duras penas puede con su realidad? Nada.

Y son precisamente esas personas, las que nos enseñan que no es necesario dormir, para poder soñar. No es necesario tener una meta para aprender a correr. Bueno, no es obligación asemejarse a los demás para ser feliz. Y creo que es precisamente esa absurda idea nuestra, la que no nos permite desplegar las alas y volar tan alto como nuestros sueños nos lo permitan. Vaya, si seremos estúpidos.

Con el paso del tiempo y con el volar de las alas, aprendí que mi almohada, es lo último que necesito para soñar.