lunes, 26 de noviembre de 2012

A ella, a Eva


Querida Eva:

Decidí que es momento de escribirte. No sé si lo hago para dejarte ir o simplemente porque sí, pero decidí escribirte. Es momento también de decirte lo que nunca fui capaz de decirte de frente; perdona si parece cobarde hacerlo de esta manera, pero no me atrevo a hacerlo de ninguna otra. Entonces sí, soy cobarde.


Empezaré diciéndote que esto no es ni queja, ni reclamo, ni propuesta, ni absolutamente nada más que una simple carta, como esas que la mayoría de las veces quedan en el olvido. Como todo. Como siempre.


Me quedé con ganas de escucharte hablar y quejarte y reclamar y levantar la voz y volverla a su tono. Me quedé con ganas de observarte hacer ademanes y entonces apaciguarte con un beso, y si ese beso no era suficiente, darte tantos como te cupieran en el cuerpo. Me quedé con ganas de conocer tus heridas; todas y cada una de ellas, y aprendérmelas de memoria y después acariciarlas hasta que sanaran. Me quedé con ganas ver tus gestos y entonces también saber qué debía hacer: quedarme o marcharme en ese momento. Me quedé con ganas de que me lo contaras todo, de que pudiéramos platicar durante horas y entonces pudieras darte cuenta que podía ser tu novio, y tu amigo, y tu confidente; que podía ser tuyo como fuera, todo al mismo tiempo. Me quedé con ganas de contar las líneas de las palmas de tus manos, y así saber qué tanto podía escribir en ellas. También me quedé con ganas de tomarte por la cintura y aferrarme a ella tanto como alguna vez me aferré a nosotros, pero esta vez sin soltarte. Me quedé con ganas de que me dijeras que me extrañas. Esas ganas permanecen.


Este es el momento de hacerte saber que me equivoqué en nosotros. Me equivoqué porque no hice lo que sabía que tenía que hacer. Siempre supe que era mejor llegar, que preguntarte si podía llegar; y que las llamadas siempre han sido mejores que los mensajes; y que siempre debió ser «voy», y no «¿voy?»; y que las palabras siempre fueron demasiadas, y las caricias pocas; y que nos quería echar a volar sin paracaídas, cuando tú sólo querías caminar despacio; y que la distancia geográfica nada tenía que ver con lo lejos que siempre estuve de ti. Nunca supe crear armonía ni sincronía entre nosotros. No tienes que sentirte culpable de nada.


A veces me detengo a pensar "¿y si ya nos vimos por última vez?", y es entonces cuando me doy cuenta que el tiempo nunca fue tan corto, ni tan insuficiente, ni tan injusto. Y es entonces, cuando me doy cuenta que tal vez no era nuestro tiempo, y si lo fue, qué bueno que fue. Es entonces cuando me rompo, y te escribo.


Lo que intento decir con todo esto es que, sin tener la plena seguridad de que lo vayas a leer, sí: te echo de menos.


Siempre con amor.
Fernando.

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