lunes, 29 de abril de 2013

De culpas redimidas


Sólo puedo decir que los pormenores descritos a continuación, son el resultado de unas personas que se quisieron tanto y tan fuerte, que jamás se atrevieron a sacar su amor más allá del papel y la tinta. Y otra cosa más: perspectivas.

Primero que nada te diré que estoy bien, y sé que tú también lo estás. En realidad vengo a dejar unas cuantas cosas en claro, para que así puedas y pueda avanzar. Vengo a despedirme.

Está claro que uno no puede ir por la vida arrastrando el alma y culpas ajenas y propias por causa de un desamor, y eso vengo a decirte. Vengo a redimirte de toda culpa, si es que la sentías. Y también me libero a mí. Al principio no hacía mas que tratar de encontrarte responsable por lo que nos pasó, y cuando me daba cuenta que no podía porque no la tenías, volteaba hacia mí buscando el desliz que nos puso fin. Entendí que en esto no hay culpables, solo dos personas que nunca se entendieron, que nunca estuvieron en la misma página, y quizás, tampoco en la misma historia. Tal vez, ajeno a lo que podríamos pensar, sí estuvimos en el tiempo y lugar indicados, y que entonces los que no éramos los indicados fuimos nosotros.

Entiendo que dudaras de mi amor por ti, en tu lugar yo también lo hubiera hecho. Y es que demostrar lo que hay debajo de la carne y detrás de las heridas y de todas esas noches de duelo y desvelo, no es sencillo ni lo será jamás. Pero sí te quise, y lo hice con tanta fuerza que me rompió por dentro. Sí te quise.

Ahora hablaré de ti. Me forcé a adentrarme en todo recuerdo que mi mente tuviera de ti, y entonces encontré lo vi: nunca fuiste tú. Tal vez te daba pánico mostrarte como eras, y dejarme sentir y aprender tus defectos. Ahora que lo pienso, creo que yo también. Nos mostramos la parte de nosotros que era menos parecida a como éramos en realidad, ahí la fatalidad. Entendí que nos queríamos tanto que nos sentíamos con tal delicadeza, como si fuéramos de papel; como si nos fuéramos a romper, cuando lo único que teníamos que evitar que se rompiera era el pecho para evitar que nos saliéramos de ahí. Éramos amor, teníamos amor; pero nunca pasión por el otro.

No haré de esta despedida un trago amargo como el de aquella noche. Así que solo te agradeceré el tiempo que dedicaste a tratar de demostrarme tu amor, así como yo traté de demostrarte el mí, que aunque lastimado, siempre fue puro y honesto. No ahondaré en detalles porque entonces sería profanar nuestros recuerdos y sería insultar la memoria de lo que fuimos. Quiero dejarte claro que con eso me quedo.

Hablando con total franqueza, tengo que decirte que siento alivio al no habernos prometido un por siempre o haber hablado alguna de vez de compartir nuestra eternidad juntos, porque qué cosa hubiera sido cargar con ese fracaso.

Jamás te voy a decir que te extraño, ni te voy a buscar tampoco. Tal vez no me conociste tanto, pero sé que no necesitaste tanto para darte cuenta que mi orgullo no me lo permitirá. Y lo siento por eso. Tampoco te haré saber cuando te haya olvidado, tome el tiempo que tome. Siempre voy a preferir que lo creas y así, entonces, hagas lo mismo.

Tengo que decirte que los dos fallamos. Tú fallaste al dejarme tanto tiempo expectante a que un día llegaras con tu amor desbordándose por tu alma, y entonces me dieras, por fin, una razón concreta y lo suficientemente fuerte para quedarme. Yo fallé por nunca descifrar cómo demostrarte que te quería y te necesitaba cerquita de mí, mientras sentía el agobio de no saber corresponderte, y mantenerte en un mar de dudas e incertidumbre. Lo cierto es que nuestro amor de consumió antes de que resolviéramos qué hacer con él.

Nunca me di la oportunidad de preguntarte si creías en el destino, así que aprovecharé esta oportunidad para decirte que yo sí. Tal vez, en unos años nos volvamos a encontrar, y tú ya estés con alguien más y yo tenga una familia propia. Tal vez nos volvamos a encontrarnos, y estemos disponibles y entonces estemos juntos otra vez. O tal vez ya nos vimos por última vez. No sé. Lo único que sé, es que hoy todo está y estamos justo como comenzamos: siendo unos completos desconocidos.

jueves, 24 de enero de 2013

Del amor y sus desenlaces


La gente dice que cuando una persona se va, el amor se queda; pero nunca nos dicen de qué lado se queda. Por cierto, yo digo que esas son putadas. Y no, no estoy negando esa afirmación, simplemente me parece injusto que una de las dos personas, al final, tenga que aprender a llevar el peso de un supuesto amor construido por los dos.

Hay personas que se van por circunstancias ajenas a sí mismos, como por ejemplo cuando se es joven y aún se vive con los padres; y ocurre que por alguna de esas circunstancias, hay que mudarse de ciudad, de estado, y en el más apesadumbrado de los casos, de país. Entonces también se debería poder mudar de corazón.

Hay, también, personas que se van por determinación propia. La mayoría de quienes tienen que padecer este tipo de partidas, de inmediato califican como unos hijos de puta a quienes decidieron marcharse. Yo en definitiva lo agradecería porque, ¿para qué quisiera tener a mi lado a alguien que ya no quiere estar conmigo? Entonces sonrío porque sin duda habrá alguien allá afuera, que sí quiera.

Finalmente están las personas que se van por cuestiones celestiales o su puta madre. Esas quienes no se van por circunstancias ajenas (aunque ciertamente sí lo sean), ni por determinación propia (aunque ciertamente también suceda); pero que se van, y que no importa cuánto anhelemos, ni cuánto nos desgañitemos, no van a regresar jamás. Como Valentina.

Siempre creí que eso del amor era asunto para los frágiles, y que era totalmente superfluo y banal. Que para qué quería desgastarme en un vaivén de emociones que irreparablemente terminarían conmigo afligiéndome. Que tenía amigos y vicios, y mujeres que me saciarían la necesidad de contacto físico y sexual. Que para qué. Entonces conocí a Valentina en una de las tantas reuniones en el lugar de mis amigos. Lo único que recuerdo de esa noche, es que había bebido demasiado ron, y que, cuando menos cuenta me di, ya estaba en una de las habitaciones de la casa con Valentina. Al principio pensé que era uno de esos encuentros carnales a los que ya me había acostumbrado, pero Valentina hizo lo que ninguna mujer había hecho antes: seguir ahí cuando yo despertara. Esa mujer de cabellos rojizos, de labios rosados y carnosos, y de cientos de pecas resguardando su dorada piel, me había provocado el deseo de permanecer con ella más de una noche.

Comenzamos a salir, y mientras más la veía, más ganas me daban de conocerla; y de aprendérmela de memoria. Sucedió que me despojé de esa armadura que tanto tiempo y tantos desprecios a mujeres bellísimas me había llevado componer, por ella; por Valentina. Cuando menos cuenta me di, ya estaba enloquecida y ardorosamente impresa en mí. Ya no podía distinguir entre el roce de la brisa del mar y sus labios, ni podía comprender una vida en la que Valentina se ausentara. Halló la perfecta manera de alojarse en mi pecho y no desasirse ni cambiando de cuerpo.

Al cabo de unos meses compartiendo con Valentina, decidimos dar el siguiente paso, ir más allá de nuestras creencias; entonces tomé la palabra:
"Oye, llevo un tiempo pensando esto, pero te amo. Te amo y no me basta tenerte todos los días, te necesito cerquita, siempre. Necesito también la calidez de tus brazos cada día al despertar. Desde hace un tiempo ya que resides en mí y en todo lo que soy, entonces, no veo por qué no podamos residir bajo el mismo techo. ¿Quieres?".
 Fue la primera vez que no dudé antes de decir algo, ni siquiera de asentar cuando mi madre me preguntaba si quería helado de postre. Ella tampoco titubeó. De inmediato fuimos a mi casa a hacer un espacio para sus cosas. Cayendo la tarde, tomó las llaves de su auto y me dijo: "Ya vengo, mi amor, voy por ropa y mañana sacamos todo. No tardo, te amo.". Me hubiera gustado que viajara un segundo a mis ojos para verse como yo la veía y para que se diera cuenta que sí podía caber una persona dentro de una mirada.

Digo que son putadas eso de que cuando una persona se va, el amor se queda; porque entendí que siempre tuve la razón: terminé afligiéndome y cargando con un amor de dos personas.

Pasaron un par de horas y Valentina aún no había regresado, cuando recibí una llamada:


¾¿Es usted Christina Percástegui?
¾  Sí. ¿Quién habla?
¾ Disculpe, pero Valentina Rivas tuvo un accidente. No sobrevivió.